viernes, agosto 26, 2005

Lucha estupida

Me desperté con un sabor amargo en la boca, las legañas aun yacían en mis ojos, que intentaban acondicionarse a la luz del sol. El cielo estaba totalmente azul, sin ninguna nube. Un buen día para lucha me dije...
Me ate jubón de cuero, la botas... me puse la espada a la espalda y camine lentamente hacia el patio exterior.

Allí estaba el. Si no fuera por que teníamos el mismo objetivo seria una buena persona a la que conocer. Mirada calida, facciones de hombre honesto y justo... Y según me habían dicho, listo, con una buena conversación y culto. Un duro competidor...

-Saludos Darko Fomalhaut. Pensaba que no ibas ha aparecer. Yo que tu me iría enseguida con el rabo entre las piernas y dejaría esta pantomima ya. Los dos sabemos que yo soy más idóneo para ella. Estoy cerca cuando ella necesita un abrazo, cosa que tú no puedes hacer. Pero bueno, si no quieres salir de su vida por las buenas, lo harás por las malas.

Mientras el parloteaba yo observaba todo con detalle. No había nadie en el patio, no se oía ningún ruido. Ni siquiera los grillos canturreaban esta mañana. Parecía que solo estábamos el y yo en el mundo. Un mundo que solo se abriría otra vez ante nosotros, cuando uno de los dos pareciera con su sangre Burdeos esparcida por el patio. Solo un sonido desafió ese momento de silencio. Era un cuervo esbelto, que en su pico portaba una carta.
Mi adversario la leyó en alto. Su cara delataba que estaba extrañado con el contenido de la misma. La carta provenía de nuestra amada, y nos decía que como no tenia en orden sus pensamientos y no podía por más que quisiera elegir a uno de los dos, ella, por motu propio, iba a salir de nuestras vidas. Algún día volvería a uno de los dos. Cuando su corazón por fin le hablase y le confesara sus sentimientos.
Mi espada volvió a la vaina que portaba en mi espalda y me volví a mi adversario sin decir una palabra, andando. Alejándome de ese maldito patio.

-No te vayas Darko, esta carta no cambia nada. Combate maldita sea, solo puede quedar uno de los dos.

-No... No se derramara sangre innecesaria. No te odio como para hacer que perezcas en el frió filo de mi acero. Entiéndelo, ella ha decidido buscar su camino, y al final volverá a uno de los dos. Yo respetare su decisión. Es lo mínimo que puedo ofrecer a la mujer que amo, comprensión y tiempo.

El tiempo fue implacable y con el invierno llego la respuesta. Pero eso es otra historia.

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