viernes, noviembre 19, 2004

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Ésta es la habitación iluminada por la luz brillante de las velas donde se almacenan los biómetros, estantes y más estantes llenos de ellos: rechonchos relojes de arena, uno por cada persona viva, en los que la fina arena va descendiendo del futuro al pasado. El siseo acumulado de los granos que van cayendo llena la habitación con un rugido parecido al del mar.
He aquí a la propietaria de la habitación; se pasea majestuosa por ella con cara de preocupación. Es la Muerte.
Pero no es una Muerte cualquiera. Ésta es la Muerte cuya esfera de actividad se encuentra… bueno, en realidad no es una esfera, sino el Mundodisco, que es plano y viaja a lomos de cuatro elefantes gigantescos que, a su vez, van montados sobre el caparazón, rodeado por una cascada que fluye incesantemente hacia el espacio, de Gran A'Tuin, la enorme tortuga estelar.
Los científicos han calculado que hay una posibilidad entre millones de que algo tan manifiestamente absurdo exista de verdad.
Pero los magos han calculado que esa posibilidad entre millones se da en nueve de cada diez ocasiones.
La Muerte atraviesa con sus pies huesudos el suelo de baldosas blancas y negras, mientras masculla en el interior de la capucha y con sus dedos esqueléticos cuenta las filas de atareados relojes de arena.
Finalmente encuentra uno que parece satisfacerla, lo saca con cuidado de su estante y lo acerca a la vela más próxima. Lo sostiene de manera que refleje la luz, y se queda mirando fijamente el puntito brillante en él reflejado.
La fija mirada de esas titilantes órbitas oculares abarca la tortuga mundo, que rema por las profundidades del espacio, con su caparazón plagado de las heridas dejadas por los cometas y los cráteres producidos por los meteoros. La Muerte sabe que algún día hasta Gran A'Tuin morirá, y ése sí que será todo un reto.
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Mort-Terry Pratchett